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La flora al ritmo del año... |
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Son
legendarios: los agrestes prados mallorquines; radiantes, ahítos,
sensuales. Un emblema de identificación indiscutiblemente mediterráneo. Y
una respuesta, también, a las copiosas lluvias de abril. |
Para
todos los mallorquines (a excepción de los hoteleros) las casi siempre
abundantes lluvias primaverales no son en absoluto un motivo de enojo, sin
más bien de felicidad. “En abril, aguas mil”, dice el refrán, y gracias a
ello infinidad de torrentes rebrotan por un breve espacio de tiempo y
recuperan la promesa de llenar los pantanos. |
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Para
Figaro, en cambio, el encanto de los prados, de nuevo frondosos y
exuberantes tras la larga sequía, conlleva también un mensaje pascual de
matices propios: amapolas y margaritas, cual triunfales signos de
exclamación, le recuerdan la inquebrantable vitalidad
de lo rústico. |
Fueron
prados como estos que se encuentran a las puertas de Artà los que en una
ocasión plantaron en Figaro la semilla de su futura añoranza por Mallorca.
Ellos abrieron de par en par las puertas de sus recuerdos y devolvieron a
su memoria aquellos campos de cultivo de la infancia, con sus lindes, ¡ay!,
siempre tan infructuosos y tan plagados de amapolas, acianos y flores de
manzanilla, eliminados sin piedad por el progreso de la agricultura.
Durante muchos años no fueron para Figaro más que recuerdos, revividos, a
lo sumo, en los paisajes de ensueño de los pintores impresionistas.
Aquellos cuadros pintados al aire libre nos conmueven hoy en día con el
mismo sentimentalismo, quizá porque en cierto modo intuimos que sus
modelos reales ya podrían haber desaparecido para siempre de la naturaleza. |

Al fondo, la poderosa ladera de la “Serra d’Artà”... |
Hoy,
como habitante de Artà, Figaro es mucho más consciente de toda esta
realidad: la belleza natural del paisaje aún no ha desaparecido del todo,
gracias principalmente a las lluvias de abril. Mientras los coloridos
prados mallorquines no se pierdan tras la oscura bruma de las subvenciones,
contaremos con la esperanza de que sus inmensas crestas montañosas
continúen convirtiendo los ardientes vientos del cambio económico en
tibias brisas de armonía vital. |
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