__________ |
La flora al ritmo del año... |
|
| |
Junto con los libros, las plantas fueron siempre la gran pasión de Fígaro,
tanto cuando era niño, en los interminables campos de la granja, como
cuando comenzó a trabajar, en el más modesto jardín doméstico. Con los
años, la pasión no se disolvió. |
Por el contrario, en los cultivos de patio y terraza del sur, encontró un
nuevo y fascinante lugar para desarrollarse. Cuando en el norte las
campanillas de invierno, el eléboro negro o el hamamelis se enrollan bajo
una capa de nieve para protegerse de la terrible helada, Fígaro vuelve a
sus soleadas azoteas del sur, donde sus suculentas y cactus ya lo esperan
preparándose para el siguiente comienzo del año. |
Modestos echadillos, por supuesto, ¡pero llenos de energía y deseo
de vivir! Fígaro los ha recogido en sus paseos por el borde del camino:
aquí la oreja arrancada de una opuntia, allí el esqueje arrojado sin
atención de un áloe. Aunque sus amigos mallorquines lo ayudaban
ocasionalmente aconsejándole o dándole esquejes, la colección sigue siendo
un archivo abigarrado de sus incursiones por la isla, más bien el
resultado de sus ganas y buen humor que de la perspicacia de un jardinero.
|
A su amor tanta casualidad no le perjudica. Y sus plantas se lo agradecen.
Allí donde aterrizan, conquistan con imparable fuerza su exíguo espacio,
en huecos, esquinas y barandillas. Y eso que disculpan casi todo: falta de
atención durante meses, cambios de posición experimentales o cuidados
propios de aficionados. Conservan la actitud de los niños abandonados:
salvajes, robustos y sedientos de vida.
|
|
 |
|