Desde
el rosado de los capullos hasta el blanco de los pétalos
desplegados, surge, con el movimiento de los rayos del sol, sobre el
sello amarillo de las flores, un irisado juego de colores que
recuerdan a Fígaro las flores de manzanos, melocotoneros y perales
en uno.
Cuando
Fígaro abandona el soto por la tarde, siente
–
envuelto en voluptuosidades
–
ceder ligeramente el recién removido terrón rojizo bajo sus pies...
Mañana, día de mercado
en Artà, habría de buscar en la “Plaça del
conqueridor” miel de flores de almendro. |