| |
"El sobrino de Rameau" en Artà |
Ya fuera con lluvia o
con sol el famoso ilustrado francés Denis Diderot solía deambular a diario,
hacia las cinco de la tarde, por las calles y plazas de su cultivado París
rococó, abierto a la posibilidad
–
o a la casualidad, quizá
–
de tener uno de esos encuentros insólitos capaces de liberarnos durante un
tiempo del terrible peso de la rutina.
Con esta premisa filosófica
de Diderot uno podría encontrarse continuamente, en cualquier parte, con
su particular “sobrino de Rameau”. |
Figaro
sabe bien lo que eso significa. Su paseo diario por el pueblo se convirtió
hace tiempo en algo sagrado, y, sin embargo, su apacible recorrido entre
escaparates y transeúntes no ha dejado de ocultar, en el fondo, una
curiosidad que se asemeja a la vaporosa tensión del flirteo. |
Hace poco, en una soleada tarde de finales
de verano, Figaro paseaba por el “Carrer Ciutat” y su mirada se posó, por
casualidad, en un personaje de lo más estrafalario que no había dudado en
convertir un banco de la calle (entre el “Café Parisien” y “Blanca March”)
en un mostrador para sus dibujos. Todo aquel que no se limitara a leer la
solazada escritura de su
abierta tienda
“Arte de Artà”
desde el punto de vista meramente prosaico y literario, sino que, como
Figaro, se detuviera en el juego de palabras subyacente, acabaría
charlando con el hombre de sonrisa pícara y amable que estaba sentado
junto a sus carteles. |
Figaro
logró incluso que lo llevara hasta su “taller”, situado en el “Carrer de
la Creu”, y allí vivió lo que se convertiría una experiencia muy especial. |
En
aquella habitación, en la que las obras de toda una vida dedicada al arte
se amontonaban unas sobre otras como los objetos que el mar arroja a la
costa, el observador se ahogó en un principio, irremediablemente, en la
caótica profusión de un inclasificable mercadillo. Pero la niebla de la
inseguridad no tardó en disiparse en cuanto Juan Sopa (su nombre artístico), como por arte de magia, empezó a dar rienda suelta al juego de palabras
inherente a “Arte” y “Artà”. Y al hacerlo cogía sus obras con gesto ligero
y seguro y, cual maestro de ceremonias, me ofrecía su propia visión de la
Isla (ora un edificio patricio ora una panorámica del pueblo) sin borrar
de su boca su eterna sonrisa, triunfante y burlona. |
Solo caracterizaciones
personales de Artà como municipio artístico:
ni conferencias ni balances,
por suerte.
Todo aquel que, como Figaro, admita y aprecie las representaciones de Juan
Sopa
–
puras “luces de bohemia”
–
no lamentará en
absoluto haberse abandonado una vez más al encanto de lo insólito. |
|
 |
|
|