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Caminos al mar...
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¡Qué momento más místico que el del alba, cuando los rayos del sol de
febrero empiezan suavemente a absorber las gotas del rocío de noche, los
correlimos vernáculos salen en su búsqueda diaria de alimento y solo de
vez en cuando el trinar de un pájaro rompe el silencio del despertar del
día...! |
¡Qué fugaz es además el efecto único de este momento, en el que el espectáculo de la
naturaleza llena el corazón del asombrado testigo que lo contempla por la mañana! El deseo impotente de captar ese momento para siempre hace
que uno se quede allí inmóvil, el mayor tiempo posible, hasta que el
ascenso de la humedad del suelo se apodera de el, a esta hora temprana del
día. |
Se agradece poder disfrutar de este puente de madera, que serpentea cual gusano
prehistórico a través de las dunas. Ya que le da acceso al terreno sin
dejar rastro destructivo alguno y lo recompensa con unas excepcionales
vistas del vulnerable paisaje: |
como la amplia ensenada de Cala Mesquida, cuyas aguas color turquesa atraen
millares de turistas en los días de verano... |
como las recientes siembras en talud, que como parches curativos
representan la promesa de una nueva piel para las dunas... |
o como aquel valiente torrente que se pierde en la arena antes de
llegar al mar, cuando los días se alargan y escasean las precipitaciones. |
Así es Fígaro
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a principios del verano
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para volver a él con ganas, para disfrutar, cerca de la orilla, del sonido
vibrante de las voces de los niños, niños rendidos a la magia de un único
momento a la vista de sus padres. ¡Ojalá se integren esas risas
despreocupadas aún en las generaciones venideras en el ritmo vital de este
encantador lugar como lo hace el grito del correlimos en su busca de
comida por la mañana! |
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