Vivir en Artà - Mallorca 

 

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  "Todos los Santos" en Artà

 

También yo, la muerte, estoy en la arcadia.

 

En noviembre, mientras la naturaleza de gran parte de Europa sufre su agonía, antes de que las luces del Adviento devuelvan de nuevo al mundo la esperanza y el bienestar, entre el día de Todos los Santos y el día de los Difuntos, los humanos recuerdan a sus muertos. Y aunque la luz del Sur frene cualquier posible acceso a la melancolía de este mes, la tradición católica también reúne a los mediterráneos en torno a sus cementerios en el día de Todos los Santos. En Artà, el camposanto que de lejos hace pensar en una pequeña fortaleza amurallada se encuentra precisamente en el campo.

 

 

Aquel día, tanto la arraigada costumbre cultural como lo insólito del lugar condujeron también los pasos de Figaro hacia el extraño cementerio, donde la sorprendente afluencia de visitantes lo llevó en aquella primera ocasión a recular. Al día siguiente, no obstante, la muchedumbre ya se había disipado y no quedaron más que sus huellas, claramente visibles en la profusión de flores, centros y recordatorios. El olor a flores recién cortadas impregnaba todos los pasillos que se abrían entre las losas: un lugar de silencio vibrante con tumbas a la altura de los ojos.

 

 

Pocos fueron los que se llegaron a este lugar para visitar a sus seres queridos el día después de Todos los Santos: la abuela con su nieta ante la tumba de la hija que murió demasiado pronto o el matrimonio desconsolado ante la foto de su primogénito sobre la losa, un veinteañero vestido de uniforme.

El respeto ante el dolor ajeno disuadió a Figaro de su impulso de darles su pésame. Y mientras recorría con la mirada todos esos nichos abarrotados de flores, le sobrevino el recuerdo de su hogar y de aquel otro cementerio de su infancia, más parecido a un parque, o incluso a un jardín inglés, en el que siendo apenas un niño aprendió a ocuparse de la tumba de su madre, a quitarle las malas hierbas y a sentarse en el banquito que quedaba a su lado para charlar un rato con ella.

 

 

De pronto, este cementerio rodeado de una naturaleza tan imperturbablemente exuberante, casi primaveral, le resulta más duro y más frío que el camposanto de su infancia, y la presencia de sus muertos, menos sentimental e irrefutable. Un estridente monumento conmemorativo cuajado en cemento.

Cuando volvió a subir a su coche para recorrer el camino hacia Costa de los Pinos, Figaro estaba estremecido. En su consciencia, el “Et in Arcadia ego” de los pintores barrocos.

 

 

 

 

     El Fígaro del Norte 

 

 

                                * Artà  un pueblo encantador en el nordeste de Mallorca *